Ni el fútbol, ni el básquet, ni lamentablemente las leonas, la primera de oro fue para Juan Curuchet y Walter Pérez. Y en Juan me detengo un momento para reflexionar. Fíjense un entrenamiento a fuerza de pulmón, circuitos de ruta al aire libre con las exigencias e impedimentos de toda índole bancados exclusivamente por ellos mismos. Si a esto se le suma la tenacidad, que decae con las enfermedades, el clima, la dedicación familiar, no solo falta garra y pasión por seguir adelante, creo que existe algo más, que nos regalan estos deportistas gracias a su triunfo conseguido. Y es el bendito ideal de conquistar el podio, algo que refleja un hilo más de nuestra identidad deportiva perdida. Es la expresión más hermosa y el regalo más ameno que puede recibir un deportista amateur por la exhibición de sus cualidades físicas, su temperamento y sagacidad, aquella que fue demostrada en nuestro país en el año 1952, que nos traía una dorada de la mano del remo por Capozzo y Guerrero, 56 años pasaron de esa otra osadía, la vida de una persona quizás. Sin menospreciar el fútbol y el básquet, que recién hace 4 años, en el 2004 trajeron una medalla, pero hay una diferencia: el básquet y el fútbol tienen su financiamiento económico y juegan en grupo. En cambio estos ciclistas no, y por eso el doble mérito. Pero salvando esa distancia, es posible entender algo más interesante que se da de la mano de un deportista que hoy le dice adiós a las olimpiadas llevándose ese lugar en la historia mundial. Un adiós que quedara en la memoria de quienes estuvieron cerca suyo inventando una ilusión alimentada por ese deportista que día a día no bajaba los brazos, y hacia malabares para poder entrenar más de 170 km diarios, por 11 meses llegar a 30.000 km, donde el Chaco fue testigo innegable de esa aventura y osadía. Y que hoy seguramente vuelve a reinventar una sonrisa al volver luego de tanta lejanía. El espíritu y la fuerza de esta demostración de proeza física y mental, seguramente quedará registrada en la etapa de los nuevos deportistas que se entrenen como un logro más y de ejemplo e ideal de lucha, por aquello que nos identifica en un reconocimiento mundial. Entonces fíjense la diferencia sublime de Michael Phelps y sus 6 doradas conseguidas en los juegos olímpicos, su base de entrenamiento dinero sobre el banco, tomando energizantes, pagándose los mejores médicos y hasta negando su relaciones afectivas, no para entrenar, sino para ganar dinero. Pero entre ese número 6, prefiero quedarme con el 6 de Juan, es decir con sus 6 intervenciones olímpicas, desde 1984 en Los Ángeles. Con sus 43 años de experiencia que junto a su compañero estratega han realizado más que una medalla, han realizado un trabajo memorable de entrega, para la identidad deportiva mundial de Argentina.
La Plata - Buenos Aires - Argentina
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