La palabra kitsch se origina del término alemán yidis etwas verkitschen, y en el arte se utiliza esta palabra para referirse a lo que es de “mal gusto”, o bizarro.
Se cree que la palabra comenzó a utilizarse en los mercados de arte de Munich entre 1860 y 1870. El término era usado para describir los dibujos y bocetos baratos o fácilmente comercializables, o copias mal hechas de autores conocidos.
Esta palabra también esta asociada al verbo kitschen, que significa “barrer mugre de la calle”. El kitsch apelaba a un gusto vulgar de la nueva burguesía de Munich que pensaba, como muchos nuevos ricos que podían alcanzar el status que envidiaban a la clase tradicional de las élites culturales copiando las características más evidentes de sus hábitos.
Ahora bien, hablamos de lo kitsch como algo que empezó a ser definido como un objeto estético empobrecido, con mala manufactura, significando más la identificación del consumidor con un nuevo status social y menos con una respuesta estética genuina. El sacrificio de una vida estética convertida en pantomima, usualmente, aunque no siempre con el interés de señalar un status social. Pero lo cierto es que esta tendencia estética nació en el campo de las artes visuales a mediados del siglo XX, como parte de la postvanguardia. Heredera del dadaísmo, dentro de la corriente “neodadaísta” (el Dadaísmo, que merece un capítulo aparte, fue una de las Vanguardias de la primera mitad del siglo XX y la más influyente en el arte contemporáneo). Del dadaísmo y Marcel Duchamp, su más célebre representante (el autor del mingitorio dado vuelta y la Gioconda con bigotes), el kitsch heredó el concepto del ensamble (assamblagge) y el objeto encontrado (objet trouveé), y del cubismo heredó el concepto del collage.
De que se trata todo esto? De un estilo que busca objetos perdidos, desechados, olvidados o pasados de moda y los ensambla, los combina de manera tal que pierdan la función para la que fueron fabricados y se conviertan en algo totalmente inútil para el consumo: o sea en una obra de arte. Es que la intención, desde el dadaísmo en adelante en materia de obras de arte, es la paradoja constante entre lo funcional y lo no funcional, entre lo artístico y lo no artístico, que da como resultado una nueva categoría de obra, que ya no es el tradicional cuadro pintado, o la escultura.
Esto marca el tiempo de los cambios en el arte, de replanteo en todas las categorías estéticas. A partir de la segunda mitad del siglo XX el arte ya no sigue parámetros ni cánones de ningún tipo, “el modo”, “la manera” de hacer arte es ya claramente algo completamente subjetivo. Esto es el arte contemporáneo y el Kitsch nace justo en ese momento de transición.
Es una tendencia provocadora, como todas las tendencias del siglo XX, de ruptura con lo convencional o academicista y el “buen gusto”, es una puesta en escena irónica de los objetos vulgares que consumen las clases adineradas. Obviamente en el arte nadie puede decir qué es de buen gusto y qué es de mal gusto, más en esta época, sería un error facilista caer en el cliché en el que a menudo caen algunos críticos de arte, al decir que el Kitsch es simplemente “de mal gusto”. El Kitsch pone en evidencia esas nociones que tachan “lo viejo”, “lo pasado de moda”, o “lo grasa” y lo lleva a la categoría de “obra de arte” reciclado, mezclado con otras cosas, con un nombre y un autor, resignificado, y lo expone en la vidriera donde la gente “de buen gusto” va a adular “al arte”.
Cito a Simón Marchán Fiz en el libro “Del arte objetual al arte de concepto”:
“Gran parte del arte ‘objetual’ subraya el aspecto groseramente ‘Kitsch’ de la mayoría de los objetos que nos rodean. Por esta razón, no debe sorprender la recuperación reciente de la categoría ‘Kitsch’, tanto a nivel teórico como práctico. En la Documenta del ’72 fue ofrecido como categoría respetable y producto de la sociedad de consumo, síntoma de la alienación del hombre frente al fetiche de la mercancía (…). Desde perspectivas más alejadas del neodadaísmo, en la Bienal de Paris de 1973, se encuentran ejemplos esclarecedores del recurso a las categorías del ‘Kitsch’ como elemento de crítica y sátira…”
Se cree que la palabra comenzó a utilizarse en los mercados de arte de Munich entre 1860 y 1870. El término era usado para describir los dibujos y bocetos baratos o fácilmente comercializables, o copias mal hechas de autores conocidos.
Esta palabra también esta asociada al verbo kitschen, que significa “barrer mugre de la calle”. El kitsch apelaba a un gusto vulgar de la nueva burguesía de Munich que pensaba, como muchos nuevos ricos que podían alcanzar el status que envidiaban a la clase tradicional de las élites culturales copiando las características más evidentes de sus hábitos.
Ahora bien, hablamos de lo kitsch como algo que empezó a ser definido como un objeto estético empobrecido, con mala manufactura, significando más la identificación del consumidor con un nuevo status social y menos con una respuesta estética genuina. El sacrificio de una vida estética convertida en pantomima, usualmente, aunque no siempre con el interés de señalar un status social. Pero lo cierto es que esta tendencia estética nació en el campo de las artes visuales a mediados del siglo XX, como parte de la postvanguardia. Heredera del dadaísmo, dentro de la corriente “neodadaísta” (el Dadaísmo, que merece un capítulo aparte, fue una de las Vanguardias de la primera mitad del siglo XX y la más influyente en el arte contemporáneo). Del dadaísmo y Marcel Duchamp, su más célebre representante (el autor del mingitorio dado vuelta y la Gioconda con bigotes), el kitsch heredó el concepto del ensamble (assamblagge) y el objeto encontrado (objet trouveé), y del cubismo heredó el concepto del collage.
De que se trata todo esto? De un estilo que busca objetos perdidos, desechados, olvidados o pasados de moda y los ensambla, los combina de manera tal que pierdan la función para la que fueron fabricados y se conviertan en algo totalmente inútil para el consumo: o sea en una obra de arte. Es que la intención, desde el dadaísmo en adelante en materia de obras de arte, es la paradoja constante entre lo funcional y lo no funcional, entre lo artístico y lo no artístico, que da como resultado una nueva categoría de obra, que ya no es el tradicional cuadro pintado, o la escultura.
Esto marca el tiempo de los cambios en el arte, de replanteo en todas las categorías estéticas. A partir de la segunda mitad del siglo XX el arte ya no sigue parámetros ni cánones de ningún tipo, “el modo”, “la manera” de hacer arte es ya claramente algo completamente subjetivo. Esto es el arte contemporáneo y el Kitsch nace justo en ese momento de transición.
Es una tendencia provocadora, como todas las tendencias del siglo XX, de ruptura con lo convencional o academicista y el “buen gusto”, es una puesta en escena irónica de los objetos vulgares que consumen las clases adineradas. Obviamente en el arte nadie puede decir qué es de buen gusto y qué es de mal gusto, más en esta época, sería un error facilista caer en el cliché en el que a menudo caen algunos críticos de arte, al decir que el Kitsch es simplemente “de mal gusto”. El Kitsch pone en evidencia esas nociones que tachan “lo viejo”, “lo pasado de moda”, o “lo grasa” y lo lleva a la categoría de “obra de arte” reciclado, mezclado con otras cosas, con un nombre y un autor, resignificado, y lo expone en la vidriera donde la gente “de buen gusto” va a adular “al arte”.
Cito a Simón Marchán Fiz en el libro “Del arte objetual al arte de concepto”:
“Gran parte del arte ‘objetual’ subraya el aspecto groseramente ‘Kitsch’ de la mayoría de los objetos que nos rodean. Por esta razón, no debe sorprender la recuperación reciente de la categoría ‘Kitsch’, tanto a nivel teórico como práctico. En la Documenta del ’72 fue ofrecido como categoría respetable y producto de la sociedad de consumo, síntoma de la alienación del hombre frente al fetiche de la mercancía (…). Desde perspectivas más alejadas del neodadaísmo, en la Bienal de Paris de 1973, se encuentran ejemplos esclarecedores del recurso a las categorías del ‘Kitsch’ como elemento de crítica y sátira…”